La edición sin fronteras

La literatura es un hecho universal que carece de fronteras. Posiblemente esto ya lo hayamos escuchado innumerables veces a lo largo del ejercicio de nuestro oficio cultural, en reuniones con los amigos, en las clases de nuestros profesores. Pero, quizás, por haberse hecho tan recurrente y plana la expresión, dejamos de escucharla como debemos hacerlo, con aquel oído musical, ese que entiende más de cadencias y melodías que de significados, que nos muestra de qué está hecho realmente el lenguaje. La literatura es un hecho universal que carece de fronteras.

Alejandro Rossi era un escritor nacido en Italia, criado entre Argentina y Venezuela, que ejerció la mayor parte de su oficio como filósofo y escritor en México. Tomás González, escritor colombiano, vivió y escribió gran parte de su obra en Estados Unidos, para después volver a su tierra y continuar escribiendo. Roberto Bolaño, nacido en Chile, fue criado y marcado de por vida por México y su cultura, para luego asentarse sin retorno en España y dar forma a su literatura.

Eso sin hablar de las diásporas literarias que durante décadas fueron a vivir a París con la ilusión de ser escritores: Massiani, Vallejo, Lancini, Cortázar, Carpentier, García Márquez, Vargas Llosa, Gamboa, Guerrero. Todos latinoamericanos, todos parisinos. Todos con hambre.

Pero vayamos un poco más allá de las fronteras físicas. Vladimir Nabokov era ruso, pero buena parte de su obra la escribió en inglés. Samuel Beckett era irlandés, su lengua natural era el inglés, pero prefirió adoptar el francés como lengua literaria para “carecer de estilo” a la hora de escribir. Vemos aquí que a los escritores tampoco les importan las geografías mentales que puedan colocarlos en una delimitación específica que haga de su obra algo local.

Y mejor ni hablemos del oficio de la traducción, transgresora natural por excelencia.

La literatura y sus escritores carecen de fronteras. Entiendo que suene fácil y a lugar común, pero afinen aquel oído del que les hablo y escuchen el ruido que produce decirlo. Ustedes dirán, ¿pero qué escuchamos al hacerlo? Escuchamos al lenguaje erigirse de forma maravillosa, sin las limitaciones del signo, decir aquello que tanto nos cuesta escribir.

Y si la literatura es todo esto, la edición también lo es. Un oficio que desde siempre se ha movido sin restricciones físicas o de idiomas, a pesar de lo duro que es hacer llegar un libro a otra ciudad, otro país u otro continente.

Un editor español llamado Carlos Barral abrió la puerta a obras que venían de Latinoamérica para dar pie al llamado boom. Daniel Divinsky, editor argentino de Ediciones de la Flor, y más conocido por ser el editor de Mafalda, vivió varios años en Venezuela mientras seguía ejerciendo su oficio con la llegada de los manuscritos y pruebas por correspondencia.

Pero ahora me atrevo a traicionar a la modestia y mostrar nuestra historia, la de Libros del Fuego, porque para eso estamos aquí, para presentar Libros del Fuego. Una editorial venezolana, fundada por tres personas que actualmente vivimos en tres países distintos cada uno (Chile, Colombia y Venezuela), que vinimos a Argentina a hablar de lo que somos y hacemos, de la importancia que le damos al diseño, ya que creemos que un libro empieza a leerse incluso antes de abrirse. En tres años hemos logrado 15 publicaciones, que nos han mostrado que el único camino de las editoriales independientes es el de publicar autores de calidad para poder dar pulmón al mercado editorial, que día a día sigue sobreviviendo con entereza. El empeño por lo que hacemos nos ha colocado en el shorlist del Premio Rómulo Gallegos y del Congreso de Escritores del Caribe, hemos logrado alzarnos con los premios de la crítica y libreros de nuestro país. Pero también, gracias a este empeño el año pasado Juan Mercerón (diseñador y socio de la editorial) logró alzarse con el II Premio Latinoamericano de Diseño Editorial que se otorga dentro del marco de la Feria del Libro de Buenos Aires. Un profundo logro para un grupo de desconocidos que se abren camino en el difícil oficio de editar.

Comenzamos (y seguimos) publicando autores venezolanos, para luego quebrar la frontera del gentilicio y traer a nuestro catálogo a autores como los que hoy les presentamos: Federico García Lorca y Andrés Neuman. Uno español y el otro argentino, pero ambos con un gusto que, sin saberlo, comparten: la ciudad de Granada. El primero murió en ella, el segundo vive en ella. De nuevo, la carencia de fronteras. El azar y sus cosas.

Pero quisiera cerrar esta presentación con una interrogante, de esas que nos dejan un buen sabor de boca. Al escribir estas líneas y hablar sobre nosotros, dije que éramos tres personas, venezolanas, que viven en tres países distintos, presentándose en Argentina: ¿Cuál es la nacionalidad de nuestra editorial? ¿Somos realmente un proyecto editorial venezolano? Preferiría pensar que somos un proyecto editorial latinoamericano, como el grupo de editoriales que hoy nos invita a participar con ellos en la Feria del Libro, el Frente Latinoamericano. De nuevo la ausencia de fronteras, pero me atrevería a asegurar que existe un pensamiento mutuo. Menos mal que aún existe el azar en nuestra cosas, sino, ¿qué sería de nosotros?

*Texto leído en Buenos Aires el día sábado 29 de abril en la Librería de La Coop.

**Foto: Nolan Rada Galindo