El editor y su laberinto

El oficio del editor a lo largo de la historia se ha convertido en una de las actividades más difíciles de definir dentro de la literatura. Para unos, es un simple empresario que mercantiliza un producto cultural, una especie de oportunista que aprovecha la valía de los autores para rentabilizar sus inversiones; para otros es un lector ejemplar, capaz de exponer las virtudes más ocultas dentro de un texto, un guía que logra mostrar el camino. Lo cierto es, y que de esto no queden dudas, que pertenece a las dos categorías mencionadas, se maneja con desparpajo entre las difusas líneas que definen su naturaleza. Un editor es alguien que tiene sentido de la oportunidad, olfato de negocio, pero, ante todo, es un lector.

Lo que haga con cada una de las ediciones en las que trabaja es el fiel reflejo de sus intenciones y necesidades, de aquello a lo que quiere aspirar con cada publicación. Su catálogo es una prueba de ello. Un universo que parece no guardar siempre una relación coherente entre un libro y otro, pero que si prestamos atención, podemos ver cómo en la sucesión de sus páginas, obra tas obra, mantienen una complicidad inquebrantable que nos va contando también otra historia, la de su editorial. Quizá por eso Roberto Calasso habla de la edición como un género literario. Si esto es así, un editor, entonces, es aquello que publica.

Bajo esta entramada premisa quisimos albergarnos para poder empezar a hablar de nosotros, de lo que hacemos y queremos hacer. Hablemos, pues, de Libros del Fuego, un nombre pensado desde la visión de todos aquellos libros que han sucumbido ante las hogueras, las gavetas o el olvido, que son otras formas de fuego.

Hace año y medio salimos con nuestra primera novela, El último encuentro (2013), de Humberto Acosta, una novela que cuenta la rivalidad entre dos de los mejores peloteros de las grandes ligas como fueron Roberto Clemente y Sandy Koufax. Quisimos abrir con esta novela por dos razones que enmarcan todo aquello que vengo diciendo desde las primeras líneas de estas páginas. La primera: que Humberto Acosta, una de las mejores plumas del periodismo venezolano, además de un gran escritor, era lo que buscábamos como buena literatura, y esta novela es fiel reflejo de eso. La segunda: que en un país donde el beisbol es el deporte que nos define, una historia con estas características podía encajar perfectamente con el criterio de lo comercial sin demérito de la obra. En síntesis, teníamos justo lo que necesitábamos para arrancar.

Pero hay que entender que un libro comienza a leerse mucho antes de ser abierto.

Esta es la razón por la que el diseño juega un papel fundamental en todo lo que hacemos, tanto como una coma o un acento en su debido lugar, para que a través de la imagen podamos reflejar aquello que se encuentra en las palabras. Conceptualizar y pensar junto al diseñador cómo un libro debe verse, debe sentirse al tacto, cuál es la mejor tipografía o cuál es el mejor formato para su lectura, es una forma de respetar el trabajo que el autor le ha tomado tanto tiempo llevar a cabo. Por eso no debemos confundir lo que hacemos con un trabajo artístico (eso, dejémoselo al autor), lo que hacemos es el resultado de una buena historia, un hermoso poema o de un cómic de zombies.

Cada una de nuestras publicaciones tiene un diseño propio y la única manera de poder identificarse con sus hermanos, se encuentra en el lomo, el único hilo que da las señas de que aquel es un Libros del Fuego.

Y ustedes se preguntarán, ¿por qué esto?

Queremos que en nuestras publicaciones cohabiten, en un justo equilibrio, el texto literario y su diseño. Esto como una forma no solo de dar un valor visual al contenido sino para potenciar el libro como ese producto cultural del que hablé al principio, sin que esto lo aleje de su función primaria: la lectura. La buena lectura. Porque más allá de todo, lo que importa es eso. Esa es nuestra forma de hacer un libro. Un libro que pueda ser capaz de luchar solo contra el tiempo y el olvido. Aun sabiendo que, ante tales rivales, siempre será vencido.

Así, el editor parece manejarse constantemente en un laberinto del que pocas intenciones tiene de salir; entre libros, autores, lecturas de manuscritos y propias, librerías, presupuestos, distribuidores, imprentas, vendedores, días buenos y días malos. El hombre de este laberinto navega por esas aguas y de su destreza, terquedad, intuición y constancia dependerá su editorial. Hasta hoy son diez los que llevamos a cuestas, diez títulos llenos de virtudes y defectos, que han logrado formar parte de las bibliotecas de cientos de lectores. Falta mucho camino por recorrer y esperamos poder hacerlo con las ideas claras.

Que sigan los libros.